la cuitlapaton
En su monumental Historia General de las Cosas de Nueva España, el fraile español Bernardino de Sahagún dedica varios capítulos a describir las apariciones que llenaban de pavor a los mexicas. Al parecer, este pueblo creía seriamente en los fantasmas, y disponía de una colección de historias verdaderamente aterradoras sobre las excursiones nocturnas de estas temibles criaturas.
Según Fray Bernardino, la mayoría de los fantasmas se aparecían a los mexicas cuando visitaban de noche los lugares excusados. Es decir, cuando iban a hacer sus necesidades.
Allí era cuando solían toparse con las apariciones más monstruosas, que solían hacerlos volver a sus casas temblando de pavor.
En general, estas apariciones eran interpretadas como ilusiones enviadas por el dios Tezcatlipoca, “El Espejo que Humea”. Una de las más aterradoras era sin duda la Cuitlapanton, o Centlapachton. Se trataba de una mujer de muy corta estatura y cabello muy oscuro y largo, que le caía más debajo de la cintura. Caminaba con el característico andar de los patos. La Cuitlapanton se aparecía siempre dando terribles gritos, y gemidos capaces de erizar los cabellos. Quienes la veían interpretaban su aparición como el augurio de que iban a morir pronto. O de que alguna desgracia les sobrevendría. Fray Bernardino refiere que, si algún valiente trataba de capturarla, la Cuitlapanton se desvanecía en el aire para reaparecer a poca distancia, burlándose de su perseguidor.
Otro tanto sucedía con otra frecuente aparición de mal agüero: un muerto vestido con mortaja que lanzaba también terribles gemidos. Quien se arrojaba sobre él para capturarlo, pronto se encontraba aferrando entre sus manos nada más que tierra y pasto.
Otra aparición común, según Fray Bernardino, era la de una calavera sola que aparecía entre la maleza, intentando morder los tobillos de los desprevenidos transeúntes. O los perseguía, dando saltos detrás de ellos, hasta que echaban a correr, enloquecidos de terror. Tampoco esta calavera se dejaba capturar: y sus saltos cubrían enormes distancias.
Los mexicas creían también que el dios Tezcatlipoca encarnaba a veces en un coyótl (coyote), y se aparecía en el camino de los viajeros, impidiéndoles el paso. Por eso, los viajeros mexicas interpretaban la aparición de un coyote en su camino como un signo de que algo malo les ocurriría más adelante. Y regresaban por donde habían venido.
El Flechador del Sol
Cuenta la leyenda que hace muchos, muchos años, dentro de la cueva por la que discurría el río Achiutl, crecían en tierras de Apoala dos gigantescos árboles. Los dos se amaban a la distancia. Y tan grande fue la fuerza de su amor, que, vencieron el espacio que los separaba y consiguieron entrelazar sus raíces y sus ramas.
De este amor maravilloso nacieron el primer hombre y la primera mujer mixteca.
Esta primera pareja mixteca tuvo numerosos descendientes, hijos de hijos de hijos que, finalmente, fundaron la mítica ciudad de Achiutla. Y allí fue donde nació el héroe máximo de la mitología mixteca: Mixtécatl.
Dicen que Mixtécatl era tan decidido y valiente que un día tomó su arco y su escudo y partió, él solo, a la conquista de nuevas tierras para su pueblo.
Durante largos días, el guerrero caminó sin descanso, hasta llegar hasta una gran extensión de tierra hermosa y apta para su cultivo. Fascinado, Mixtécatl quiso reclamarla para sí, y para su pueblo, pero no encontró guerrero alguno con quien medirse por el señorío de la comarca. Sólo el sol brillaba, altanero, sobre las tierras deshabitadas. Mixtécatl creyó entonces que el sol era el amo de aquellos territorios. Y sacando su arco, lo intimó a enfrentarlo. Al no hallar respuesta, Mixtécatl tendió su arco y disparó sus hacia el astro rey.
Era la hora del crepúsculo, y Mixtécatl observó jubiloso como su enemigo, herido de muerte, se hundía en el horizonte, bañado en sangre. El guerrero esperó un tiempo prudencial, preparado para un posible ataque sorpresa, pero el sol no volvió a aparecer en el cielo. Mixtécatl, entonces, reclamó para sí y para todo el pueblo mixteca las tierras ganadas en la batalla.
Allí mismo, en la vasta extensión arrancada al derrotado guerrero sol, los mixtecas construyeron la ciudad de Tilantongo.
Tras su hazaña, Mixtécatl se convirtió en un héroe mítico, habitante del país de las nubes. Los mixtecas acostumbraban pintar en jícaras y escudos la escena de la batalla entre Mixtécatl y el sol, como una forma de respeto y gratitud hacia él.
Leyenda de los 5 soles
Cuentan los nahuas que en el principio de los tiempos Ometecuhtli, Señor de la Dualidad Divina, creó a Tonacacihuatl y a Tonacatecuhtli, Señora y Señor de Nuestra Carne, para que poblaran la tierra. Ellos tuvieron 4 hijos: los dioses Tezcatlipoca Rojo, Negro, Blanco y Azul.
Los dioses Tezcatlipocas pronto decidieron acometer una obra digna de su grandeza, una obra por la cual fueran amados y venerados. Se reunieron entonces alrededor de la fogata encendida por Tezcatlipoca Azul y comenzaron a crear todo cuanto existe en el mundo. Su primera creación fue el hombre: lo llamaron Huehuecoyotl y le dieron una mujer para que lo acompañara. Los dioses les ordenaron reproducirse, y crearon para ellos los animales, los lagos, las montañas, los mares y los ríos.
Pero los dioses se percataron entonces de que la tierra permanecía a oscuras, y la vida no podía prosperar en ella. Tezcatlipoca Blanco, también llamado Quetzalcoátl, convirtió la hoguera alrededor de la que trabajaban en un pequeño y benigno sol. Pero su hermano Tezcatlipoca Negro despreció su obra, y se convirtió él mismo en un sol tan grande y potente que marchitaba y destruía todo lo que alumbraba. Quetzalcóatl, enojado, derribó a su hermano sol del cielo de un bastonazo. Tezcatlipoca Negro cayó al fondo de un lago, del que emergió convertido en un jaguar al que seguía todo un ejército de jaguares. Tezcatlipoca Negro y sus jaguares devoraron a los Tzoculiceque, los gigantes que habitaban sobre la tierra por aquella época. Para los nahuas, este sol fue el Sol de la Tierra, o Tlaltipactonantiuh.
Tras la caída del sol negro, fue el mismo Quetzalcoátl quien se convirtió en el astro rey.
Quetzalcoátl fue un sol más benigno, bajo el cual la agricultura prosperaba y los hombres eran felices. Pero un día, el jaguar-Tezcatlipoca negro trepó hasta los cielos y consiguió derribar a su hermano Blanco. Se desató entonces un terrible vendaval que sembraba la destrucción a su paso. El viento fue tan fuerte que los seres humanos comenzaron a caminar encorvados, y pronto se convirtieron en monos.
Este sol fue llamado por los nahuas Sol del Viento, o Ehecatonatiuh.
Fundación mítica de Tenochtitlan
Cuenta la leyenda que los aztecas partieron un día desde Aztlan, el lugar de las garzas (actual oeste de México), en busca de la tierra de bonanza que les prometiera su dios tutelar, Huitzilopchtli, el Colibrí Hechicero. Huitzilopchtli los guiaba en su peregrinar. Según los mensajes celestes que el dios les enviaba, se encontrarían en la tierra prometida cuando hallaran un frondoso nopal creciendo solitario, sobre una roca, en medio de un pantano. Sobre sus ramas, un águila devoraría una serpiente, indicándoles así que su largo peregrinar había llegado a su fin.
Muchos años vagaron los aztecas, guiados por tres hombres, Quauhcóatl, Apanécatl y Tezcacoácatl, y por una mujer, Chimalma. En el camino se les unieron otras tribus, como los hochimilca y cuitlahuaca. De vez en cuando, las tribus se asentaban efímeramente en algún sitio, donde elevaban el altar de su dios y sobrevivían gracias a la caza y a la agricultura. Mientras tanto, sus exploradores buscaban en vano la ansiada tierra prometida.
Los aztecas fueron los últimos en poner pie en el valle de México, por entonces bastión del poderío tolteca. Mal recibidos, debieron buscar refugio en Chapultepec, donde se establecieron con la autorización de los señores de Azcapotzalco. Al llegar, sacrificaron a un joven en honor a Huitzilopochtli, y el dios se les apareció revelándoles que, allí donde enterrasen el corazón, estaría él. Así fue fundada la primera ciudad azteca.
Pero los jóvenes aztecas invadieron Tenayuca en busca de mujeres, y el pueblo ofendido, aliado a otras tribus, invadió a los atrevidos, conduciéndolos a Culhuacan en calidad de siervos. Los pocos que lograron escapar se establecieron en las márgenes del lago Texcoco.
Poco después, el rey de Culhuacan entró en conflicto con el de Xochimilco y envió a sus vasallos aztecas a la batalla. Cuentan que sólo diez guerreros fueron suficientes para poner en fuga al enemigo. La hazaña les valió el respeto del rey de Culhuacan, Cócox, quien entregó a su hija en matrimonio al jefe azteca. Pero los aztecas sacrificaron a la muchacha a los dioses y Cócox, ciego de rabia, ordenó exterminarlos. Pero los aztecas consiguieron huir y se unieron a sus hermanos en el lago Texcoco. Y dicen que allí, en un islote en el centro del lago, los aguardaba el nopal de la profecía. Y por eso, en ese lugar tan largamente soñado se fundó, alrededor del año 1325 del calendario cristiano, Tenochtitlan, la grande.
El Rey Condoy y el Puente del Diablo
Cuentan los zapotecas que hace muchísimos años brotaron en tierra Mixe dos huevos místicos. Del primero nació una serpiente que se ocultó en las entrañas de la tierra, donde se dedica a comer rocas. Cuando come demasiado, se producen los temblores de tierra. Del otro huevo, en cambio, nació un niño que se convirtió en hombre en un solo día. Los mixes lo bautizaron Condoy y lo convirtieron en su rey.
Dicen que Condoy era capaz de las hazañas más asombrosas, siempre y cuando las realizara de noche. Bajo la luz de la luna, nada resultaba imposible para él.
Los zapotecas pronto aprendieron a temer sus incursiones nocturnas: Condoy los atacaba con frecuencia, robándoles alimentos que luego repartía entre su pueblo.
Sus hazañas pronto le valieron el mote de Diablo entre el pueblo zapoteca.
Una noche, sin embargo, los zapotecas consiguieron capturar al Diablo durante sus saqueos. Y a cambio de su libertad, Condoy ofreció construir, en lo que quedaba de la noche, un puente para unir las dos regiones zapotecas. Pero cuando su propuesta fue aceptada, puso una condición: si conseguía además terminar el puente antes de que cantase el primer gallo, se llevaría a su pueblo a la muchacha más bella que viviese entre los zapotecas.
Sus captores fingieron aceptar esta condición, pero comenzaron al mismo tiempo a urdir un plan para evitar cumplirla. Así fue como el pueblo entero se congregó junto al río para ver a Condoy construir el puente. Entre ellos, una bruja ocultaba un gallo bajo su manto. Poco antes de que Condoy terminara el puente, la bruja hizo cantar al gallo antes de su tiempo habitual. El Diablo había perdido la apuesta. Furioso, Condoy emprendió la fuga y ya no pudieron volver a atraparlo. El puente quedó, entonces, inconcluso. Y así permanece hasta hoy, en San Juan Tabaá, Oaxaca, donde se lo conoce como Puente del Diablo.
Realmente, fueron los españoles los primeros en construir puentes de piedra en América. Lo hacían porque el material hace que el puente no requiera mantenimiento, tan sólo mucha mano de obra para su construcción. Mano de obra que en este caso, no fue española sino zapoteca. No resulta difícil imaginar al pueblo zapoteca madurando esta bella leyenda durante las largas horas de trabajo forzado.
Después de todo, el Diablo parecía haber llegado verdaderamente a sus tierras.
La princesa Donají
Donají era la bella hija del rey zapoteca Cosijopí, soberano indómito que defendía con fiereza a su pueblo de la codicia de aztecas y conquistadores españoles. Donají vivía junto a su familia en el espléndido palacio de Dani Dixhina, el Cerro Venado. Pero gustaba de perderse en los bosques cercanos donde, olvidada de su alto rango, se deleitaba con el simple rumor del viento o el canto de los pájaros. Su lugar favorito del bosque era Guela Bupu, una cueva situada debajo de una espumosa cascada: el lugar perfecto para un refrescante baño matinal.
Cierto día, Donají, admirada por la belleza de los bosques, se alejó tanto que no consiguió encontrar el camino de regreso. Tras intentar vanamente regresar a su palacio, la muchacha se recostó, agotada, bajo un frondoso pochote, a cuya fresca sombra se quedó profundamente dormida. Al despertar, la princesa no pudo reprimir un grito de terror: un capitán español se encontraba de pie frente a ella. Sin embargo, el joven no hizo ademán alguno de atacarla. Deslumbrado por la belleza de Donají, no había atinado más que permanecer junto a ella, observándola fascinado. La muchacha, espantada, echó a correr a través del bosque, y finalmente pudo regresar a su hogar.
Pero al día siguiente, sin que ella se explicara muy bien por qué, sus pasos volvieron a llevarla junto al viejo pochote.
Allí la esperaba el joven capitán. Muy pronto, pese a desconocer el idioma del otro, Donají y su español estaban profundamente enamorados.
Pero los padres de la muchacha preparaban su boda con el más fuerte y distinguido de los guerreros zapotecas. Donají, valiente y decidida, rechazó ese noviazgo impuesto y rogó a su padre que le permitiera unirse en cambio al capitán español. Pero el rey, horrorizado, no hizo más que adelantar la boda, prohibiéndole que volviese al bosque. Donají, entonces, subió a la cima de la cascada sobre su amada Guela Bupu y se arrojó a la cascada.
Desde entonces, dicen que en las aguas cercanas al lugar de la tragedia flota una jícara hermosa, pero que nadie puede alcanzar. Como nadie pudo apoderarse por la fuerza del corazón de la bella Donají, valiente y noble como toda la raza zapoteca.
leyendas
Quetzalcoátl y Tezcatlipoca
Quetzalcoátl, “la serpiente emplumada”, es uno de los dioses más antiguos de la mitología mesoamericana. Aparece en el panteón de la cultura Chichimeca y era adorado también por los Toltecas. Entre los Mayas se lo conocía como Kukulcán. Pero fueron los Mexicas o Aztecas quienes lo convirtieron en uno de sus dioses centrales, junto a su gemelo y antagonista Tezcatlipoca. Al día de hoy, no hay acuerdo entre los historiadores acerca de cuál de los 2 tenía más peso en la religión mexica.
Tal vez, porque los Mexicas creían profundamente en la naturaleza dual del Universo, que contenía en su interior a la vez todas las posibilidades de creación y destrucción. Por eso, Quetzalcoátl es fecundidad y creación, “aquel por el cual vivimos”, según los Mexicas. Y Tezcatlipoca, su gemelo, cuyo nombre significa “espejo de humo”. Tezcatlipoca es el reverso exacto de su hermano. Ambos dioses son completamente opuestos, pero según los antiguos códices mexicas, comparten exactamente los mismos atributos y cualidades.
Tezcatlipoca es el señor de las batallas, amo de la vida y la muerte. Pero también es amparo y guía del hombre, y fuente de todo poder y felicidad. Era ante él que los espíritus de los muertos debían presentarse, con un yugo al cuello y envueltos en una piel de ocelote. Tezcatlipoca decidía entonces que pruebas debían enfrentar para demostrar que eran dignos de ingresar a la morada de Mictlan, el reino de los muertos.
Cuenta la leyenda que Quetzalcoátl y Tezcatlipoca crearon el mundo sobre el cuerpo de Cipactli, un monstruo mítico. Y que Tezcatlipoca sacrificó para eso su pie, ofreciéndolo como señuelo para atraer a la bestia. Y así la capturaron, haciéndola salir del vasto océano que era todo lo que había por entonces en el Universo.
Para los Toltecas, fue Quetzalcoátl quien creó el mundo. Y su hermano, descendiendo hacia la tierra por una tela de araña, quien destruyó toda su obra. Su acción, sin embargo, no tuvo efectos devastadores sino de transformación.
Quetzalcoátl era representado a veces como un hombre de larga barba y piel blanquísima. Por eso, los Mexicas creyeron al conquistador Hernán Cortés una encarnación de su dios creador.
Cuando comprendieron su error, ya era tarde.
Xtabay y Utz-Colel
Cuenta una antigua leyenda maya que en un pueblo de la península de Yucatán habitaban 2 mujeres, Xtabay y Utz Colel. La primera era considerada una prostituta por sus vecinos, ya que era dada a compartir su amor con los hombres del pueblo. Utz-Colel, en cambio, era considerada decente y virtuosa, y no se le conocía desliz alguno.
Pero Utz –Colel era altanera, fría y de corazón duro. Jamás ofrecía su ayuda a nadie, y los pobres y enfermos le provocaban repugnancia. La indecente Xtabay, por su parte, acogía en su casa a los desvalidos y a los animales abandonados. Cuidaba con cariño a ancianos y enfermos, y era habitual verla despojarse de las joyas que le regalaban sus enamorados en plena calle para entregarlas a los más necesitados.
Un día, el pueblo entero fue inundado por un delicado perfume de flores. Sus habitantes siguieron la estela del aroma y llegaron así hasta la casa de Xtabay. Al entrar, comprobaron que la mujer había muerto. Sin embargo, era su cuerpo el que despedía ese maravilloso perfume.
Utz-Colel, llena de soberbia, declaró que si del cadáver de esa mujer pecadora y sucia se desprendía ese aroma, el suyo despediría sin dudas uno mil veces más exquisito.
Unos pocos miserables, agradecidos, se ocuparon de enterrar el cuerpo de Xtabay. Al día siguiente, su tumba estaba cubierta de bellas flores blancas. Los mayas las conocieron como Xtabentún, tan dulces y embriagadoras como debieron serlo el alma de Xtabay y el amor que generosamente prodigaba.
A la muerte de Utz-Colel, el pueblo entero acudió a su entierro. De la tumba, cuentan, brotaba un hedor insoportable que nada conseguía mitigar.
De la tumba de Utz-Colel brotó el Tzacam, un cactus de largas y temibles espinas. De él nace una única flor, muy bella pero de aroma particularmente desagradable. Es casi imposible tomarla sin ser víctima de las agudas espinas del cactus.
Dicen que de esta flor surge el espíritu de Utz- Colel, para seducir a los hombres que pasan cerca del cactus. Pero el amor de Utz- Colel es duro y frío, como lo era su corazón. Y los hombres mueren en sus brazos. Porque Utz-Colel se entrega al amor buscando una recompensa como la recibida por Xtabay después de su muerte. Y nada comprende del amor desinteresado, que se entrega por simple y pura generosidad de corazón.
Sac Nicté y la caída de Chichén Itzá
Alrededor del año 987, la cultura maya comenzó a vivir un período de esplendor. Con centro en la mítica ciudad de Chichén Itzá, varias tribus se habían unido en la llamada Liga de Mayapán, de enorme influencia cultural, religiosa y política. La liga estaba formaba por los Itzáes, fundadores de Chichén Itzá, los Cocomes y los Tutul Xiúes. Reinaba entre ellos una profunda armonía; la prosperidad y la abundancia parecían no conocer fin para la Liga de Mayapán. Sin embargo, esa armonía habría de quebrarse a causa de un amor prohibido.
Cuentan que la princesa Sac Nicté, o flor blanca, hija del rey de los Cocomes, tenía sólo 5 años cuando ofreció de beber a un pobre caminante sediento, y de la jícara de agua brotó una flor. Y sólo 15 años cuando conoció al príncipe Canek y se enamoró de él para siempre.
Y cuentan que Canek, príncipe de los Itzáes, tenía 7 años cuando atrapó y deshizo una mariposa entre sus manos, y esa misma noche soñó que se convertía en gusano. Y 21 el día que fue coronado rey de los Itzáes y señor de Chichén Itzá. Pero esa noche no pudo dormir, porque se había enamorado de la princesa Sac Nicté, la prometida del príncipe Ulil.
El príncipe Ulil, heredero del trono de los Tutul Xiúes, había decidido casarse con Sac Nicté 37 días después de la coronación de Canek. Ulil envió un mensaje al nuevo rey invitándolo a su boda y pidiéndole que se sentara en la mesa de los novios.
Canek aceptó con un nudo en la garganta.
Pero esa noche, mientras procuraba vanamente hallar algo de reposo, un misterioso viejecillo se presentó ante él y le dijo “La flor blanca espera entre las hojas frescas, ¿Dejarás que otro la arranque para él? Tras estas palabras, el anciano se desvaneció en el aire. Pero Canek apenas si lo notó: acababa de tomar una decisión.
El día de la boda, Sac Nicté lloraba de tristeza ante el altar. Todos comentaban la ausencia del señor de Chichén Itzá cuando Canek se presentó acompañado por 60 de sus mejores guerreros y robó a la princesa antes de que nadie pudiese impedirlo.
El príncipe Ulil y el padre de Sac Nicté unieron sus ejércitos y marcharon sobre Chichén Itzá para vengar la afrenta. Pero al llegar, la encontraron vacía. Canek, Sac Nicté y todo el pueblo de los Itzáes se había refugiado en la selva, cerca del lago Petén Itzá, donde luego fundarían la ciudad de Tayasal. El ejército de la liga decidió entonces saquear Chichén Itzá, la espléndida, y abandonarla reducida a cenizas.
Y ese fue el final de la poderosa Liga de Mayapán. Y el principio del fin de la cultura Maya.
el tecolote
En El Mayab vive un ave misteriosa, que siempre anda sola y vive entre las ruinas. Es el tecolote o tunkuluchú, quien hace temblar al maya con su canto, pues todos saben que anuncia la muerte.
Algunos dicen que lo hace por maldad, otros, porque el tunkuluchú disfruta al pasearse por los cementerios en las noches oscuras, de ahí su gusto por la muerte, y no falta quien piense que hace muchos años, una bruja maya, al morir, se convirtió en el tecolote.
También existe una leyenda, que habla de una época lejana, cuando el tunkuluchú era considerado el más sabio del reino de las aves. Por eso, los pájaros iban a buscarlo si necesitaban un consejo y todos admiraban su conducta seria y prudente.
Un día, el tunkuluchú recibió una carta, en la que se le invitaba a una fiesta que se llevaría a cabo en el palacio del reino de las aves. Aunque a él no le gustaban los festejos, en esta ocasión decidió asistir, pues no podía rechazar una invitación real. Así, llegó a la fiesta vestido con su mejor traje; los invitados se asombraron mucho al verlo, pues era la primera vez que el tunkuluchú iba a una reunión como aquella.
De inmediato, se le dio el lugar más importante de la mesa y le ofrecieron los platillos más deliciosos, acompañados por balché, el licor maya. Pero el tunkuluchú no estaba acostumbrado al balché y apenas bebió unas copas, se emborrachó. Lo mismo le ocurrió a los demás invitados, que convirtieron la fiesta en puros chiflidos y risas escandalosas.
Entre los más chistosos estaba el chom, quien adornó su cabeza pelona con flores y se reía cada vez que tropezaba con alguien. En cambio, la chachalaca, que siempre era muy ruidosa, se quedó callada. Cada ave quería ser la de mayor gracia, y sin querer, el tunkuluchú le ganó a las demás. Estaba tan borracho, que le dio por decir chistes mientras danzaba y daba vueltas en una de sus patas, sin importarle caerse a cada rato.
En eso estaban, cuando pasó por ahí un hombre maya conocido por ser muy latoso y molesto. Al oír el alboroto que hacían los pájaros, se metió a la fiesta dispuesto a molestar a los presentes. Y claro que tuvo oportunidad de hacerlo, sobre todo después de que él también se emborrachó con el balché.
El maya comenzó a reírse de cada ave, pero pronto llamó su atención el tunkuluchú. Sin pensarlo mucho, corrió tras él para jalar sus plumas, mientras el mareado pájaro corría y se resbalaba a cada momento. Después, el hombre arrancó una espina de una rama y buscó al tunkuluchú; cuando lo encontró, le picó las patas. Aunque el pájaro las levantaba una y otra vez, lo único que logró fue que las aves creyeran que le había dado por bailar y se rieran de él a más no poder.
Fue hasta que el maya se durmió por la borrachera que dejó de molestarlo. La fiesta había terminado y las aves regresaron a sus nidos todavía mareadas; algunas se carcajeaban al recordar el tremendo ridículo que hizo el tunkuluchú. El pobre pájaro sentía coraje y vergüenza al mismo tiempo, pues ya nadie lo respetaría luego de ese día.
Entonces, decidió vengarse de la crueldad del maya. Estuvo días enteros en la búsqueda del peor castigo; era tanto su rencor, que pensó que todos los hombres debían pagar por la ofensa que él había sufrido. Así, buscó en sí mismo alguna cualidad que le permitiera desquitarse y optó por usar su olfato. Luego, fue todas las noches al cementerio, hasta que aprendió a reconocer el olor de la muerte; eso era lo que necesitaba para su venganza.
Desde ese momento, el tunkuluchú se propuso anunciarle al maya cuando se acerca su hora final. Así, se para cerca de los lugares donde huele que pronto morirá alguien y canta muchas veces. Por eso dicen que cuando el tunkuluchú canta, el hombre muere. Y no pudo escoger mejor desquite, pues su canto hace temblar de miedo a quien lo escucha.
Por eso la frase, cuanto el tecolote canta… el indio muere
el nahual
México es conocido, entre otras cosas, por sus shamanes, hechiceros y curanderos (médicos de la tribu), a veces llamados Nahuales o Naguales. Todos los pueblos y ciudades en México tienen al menos un Nahual.
La palabra azteca para Nahual es Nahualli , que significa lo que es mi vestidura o piel , y se refiere a la habilidad del Nahual de transformarse en una criatura mitad hombre, mitad animal (lobo, jaguar, lince, toro, águila, coyote...). Ese vocablo también se refiere a la nigromancia, ocultismo y malicia.
Para los pueblos prehispánicos, el nahualli era uno de los hechiceros llamados tlatlacatecolo, literalmente "hombres búhos", lo cual indica que sólo aparecía de noche.
Antes del apogeo de las grandes civilizaciones prehispánicas como la Azteca o la Maya, los indígenas Yakis, Tarahumaras y Seris que vivían al norte de México y el sur de los Estados Unidos (cerca del 900 d.C.) tenían nahuales. Estas civilizaciones se hallaban asentadas en parte de lo que hoy son los estados americanos de California, Nuevo México y Texas, y los estados mexicanos de Chihuahua, Baja California, Sonora y Sinaloa. Ellos creían que si un hombre puede llegar a conocer su espíritu primitivo o nahual, entonces lo podía usar para curar a la gente y practicar la magia. Muchos dibujos primitivos en viejas cuevas muestran a personas como hombres-lobo.
En el Imperio Azteca los nahuales eran protegidos por Tezcatlipoca, el dios azteca de la guerra y el sacrificio. La leyenda contaba que un nahual podía desprenderse de su piel y transformarse en una de estas criaturas. Muchos cazadores aztecas y colonizadores decían que durante la noche habían matado a un animal y al amanecer el cadáver se había transformado en el de un hombre.
El nahual deja su forma humana por un tiempo determinado, para adquirir la de un animal elegido. Existen varias versiones de cómo se logra esta metamorfosis:
- Una asegura que el brujo simplemente desaparece y se encarna en el animal, a voluntad. El chamán afirma ser capaz de incorporar su conciencia al cuerpo de un animal ya existente. Sea de una forma u otra, hay una afinidad psíquica, una especie de parentela del alma entre el chamán y el animal en el que se transforma.
- Otra dice que se "fragmenta", para lo cual se desprende, de modo deliberado, de parte de su cuerpo (los ojos, las piernas, un brazo o, incluso, los intestinos), de este modo si se quiere acabar con un Nahual el mejor método es seguirle y observar donde realiza su transformación, robarle la parte del cuerpo de la que se desprendió ya que de este modo le será imposible volver a su forma origianl y al amanecer morirá.
- Otra más afirma que el cuerpo dormido del brujo permanece en su casa, mientras su espíritu vaga en la figura de animal. En este caso, para evitar que alguien toque su cuerpo dormido, el nagual debe dar siete volteretas.
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