Átzcatl, la hormiga sagrada. Leyenda prehispánica.
Las hormigas pertenecen al Orden de los Himenópteros y a la Familia Formicidae, de las cuales existen más de 12,000 especies. Muchos grupos humanos las han utilizado como alimento, con fines medicinales, como objetos rituales, como dioses, y como personajes que forman parte de las leyendas y la mitología de los pueblos.
Lo industrioso y cooperativo de las hormigas aparece en muchas narraciones orales del folklor de los pueblos indios, y para muchos ha tenido un papel muy importante en su cultura, como por ejemplo en el mito de creación Cahuila en el cual las hormigas agrandaron el espacio vital para que el pueblo hormiga pudiese vivir. O como en la mitología hopi que nos habla de la protección que las Personas-Hormigas brindaron a los hombres guardándolos bajo tierra durante la destrucción del Primer Mundo, en las etapas de la creación universal. Las tribus del norte de California aseguran que las hormigas son capaces de predecir los temblores, y está prohibido molestar a estos insectos en sus nidos. En muchas leyendas de los indios suramericanos las hormigas aparecen como guerreros. Algunos pueblos tienen clanes referentes a la hormiga como los pimas, quienes dividen cada pueblo en dos clanes: el Clan de las Hormigas Rojas y el Clan de las Hormigas Blancas.
En la tradición oral mexica, Ázcatl fue la hormiga roja que rebeló a Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, deidad suprema, la Montaña de Nuestra Alimentación, la Tonacatépetl, cuando un día se la encontró el dios por los alrededores de Teotihuacan. Al preguntarle a la hormiga dónde había obtenido el grano de maíz que llevaba, el insecto optó por ignorarlo y continuó su camino. Pero como el dios insistiera, Ázcatl lo invitó a que la siguiese. Quetzalcóatl no podía entrar por los lugares tan pequeños por donde nuestra amiga accedía fácilmente, por lo que el dios se convirtió en una hormiga negra. Sólo así pudo meterse en el interior de la montaña y reunirse con ella. La hormiga roja le llevó a un lugar donde había montones de granos de maíz. Emocionado, el dios tomó muchos de los granos y le dio efusivamente las gracias a Ázcatl por tan soberbio regalo. Quetzalcóatl llevó los granos a otros dioses quienes, a su vez, se los dieron a los hombres. Los granos tenían muy buen sabor, y los humanos se deleitaron con ellos. Pero pronto se acabaron, y Quetzalcóatl pensó que era muy dificultoso estar yendo a la montaña por más a cada rato. Intentó llevarse la montaña, pero no pudo; entonces, los dioses le pidieron ayuda a Oxomo, creador de la cuenta del tiempo, y a Cipactonal, diosa de la astrología y los calendarios, quienes dijeron que si Nanáhuatl, el dios leproso, patrón de las enfermedades de la piel, lanzaba un rayo sobre la Montaña ésta se abriría. Los tlaloques, dioses de la lluvia ayudantes de Tláloc, hicieron llover y Nanáhuatl lanzó un rayo que abrió la Montaña, los granos surgieron y quedaron a disposición de los hombres.
Por otra parte, el símbolo de la delegación Azcapotzalco, En el Montículo de las Hormigas, del Distrito Federal, está representado por una hormiga roja rodeada de granos de maíz, en honor al descubrimiento de este cereal por los toltecas cuando observaron que las hormigas escondían bajo la tierra suculentos granos en la región de Tamoanchan, el lugar mítico y paradisíaco, localizado arriba de los nueve niveles del Cielo, y en el lugar donde Quetzalcóatl y la diosa Quilaztli, por otro nombre Cihuacóatl, llevaron los huesos sagrados con los que crearon a los primeros seres humanos. Por tanto, las hormigas fueron sagradas para los toltecas, ya que a ellas se debía el conocimiento de una gramínea tan importante para los pueblos mesoamericanos.
El Chilan Balan de Chumayel, “boca del jaguar”, libro redactado después de la conquista española, en que se recopila la tradición oral de los pueblos mayas, cuenta que:
El maíz estaba oculto bajo una gran peña y sólo las hormigas lo conocían. Un día la zorra halló y probó unos granos de maíz que las hormigas habían dejado caer cuando lo sacaban. Los comió y le parecieron deliciosos. Cuando las hormigas volvieron esa noche, la zorra las siguió, pero la grieta que había en la roca era demasiado pequeña para que pudiera alcanzar el maíz. Por lo tanto, hubo de contentarse con los granos que dejaban caer las hormigas.
Al regresar junto a los otros animales, la zorra se ventoseó; aquellos quisieron saber qué había comido que hasta sus vientos olían tan bien. La zorra negó haber hallado un nuevo alimento, pero los otros animales la siguieron en secreto y vieron lo que comía. Ellos también comieron maíz y les gustó y pidieron a las hormigas que les sacaran más granos. Las hormigas se avinieron al principio, pero viendo que no podían aprovisionar a todos los animales se negaron a sacar más maíz. Los animales pidieron ayuda a las grandes hormigas rojas y después a la rata, pero no pudieron meterse en la grieta. Finalmente, comunicaron al hombre el secreto de aquel maravilloso alimento y éste pudo romper la roca y extraer el maíz.
Al regresar junto a los otros animales, la zorra se ventoseó; aquellos quisieron saber qué había comido que hasta sus vientos olían tan bien. La zorra negó haber hallado un nuevo alimento, pero los otros animales la siguieron en secreto y vieron lo que comía. Ellos también comieron maíz y les gustó y pidieron a las hormigas que les sacaran más granos. Las hormigas se avinieron al principio, pero viendo que no podían aprovisionar a todos los animales se negaron a sacar más maíz. Los animales pidieron ayuda a las grandes hormigas rojas y después a la rata, pero no pudieron meterse en la grieta. Finalmente, comunicaron al hombre el secreto de aquel maravilloso alimento y éste pudo romper la roca y extraer el maíz.
Huixtocíhuatl, la inventora de la sal. Leyenda prehispánica.
Nuestros abuelos mexicas idolatraron a Huixtocíhuatl, Mujer de Huixtotlan, como la diosa de los comerciantes de la sal y de las mujeres de la vida airada. Solíanla relacionar con los lagos y los mares donde existen salinas. Asimismo, la veneraron como una de las diosas de la fertilidad. Fue una hermosa divinidad acuática, cuyos colores simbólicos fueron el azul y el blanco, hermana del dios de la lluvia Tláloc, y de sus ayudantes los Tlaloques. Contrajo nupcias con Tezcatlipoca, el Espejo Humeante, Señor del Cielo y de la Tierra.
Vestía nuestra diosa huipil decorado con olas de agua con chalchihuites bordados –piedra semi preciosa verde- más una falda, o enredo, a juego. Pintada su cara de color amarillo. Portaba orejeras de oro puro, gorro de papel con plumas de quetzal, y sandalias con pequeñas campanas de plata. En las manos sostenía un escudo decorado con una flor acuática elaborada con hojas de la hierba llamada atlacuezona (Nymphaea Ampla), del escudo colgaban plumas de papagayo rematadas en flecos recamados con flores hechas con plumas de águila. En el tobillo Huixtocíhuatl lucía cascabeles de oro y caracolitos blancos de reluciente plata.
La diosa de la Sal habitaba en el Cuarto Cielo –de los trece existentes surgidos de la cabeza de Cipactli, el cocodrilo que mató Quetzalcóatl para crear la Tierra- llamado Ilhuícatl Huitztlan, el Cielo de la Estrella Grande, donde se movían la estrella Venus, Citlalpol; la Luna, las estrellas, el Sol y los cometas; y donde moraba Quetzalcóatl bajo la advocación de Tlahuizcalpantecuhtli, El Señor del Lucero de la Mañana.
Contaban los narradores de leyendas mexicas que por haber peleado con sus hermanos los dioses de la lluvia, Huixtocíhuatl fue desterrada por ellos y enviada a vivir a las costas donde había aguas salinas. Llegada a su destino, se abocó a inventar la sal, o mejor, a substraerla en tinajas, procesarla, y obtener los granos para poder ser consumidos como condimento de los alimentos. Nuestra venerada diosa enseñó a los mexicas cómo embalar la sal, gruesa o fina, en pequeños costales de cuatrocientos cántaros de sal cada uno, en forma de blancos panes redondos o alargados, muy limpios carentes de cualquier suciedad o arena. Pero las dádivas de la divinidad a los indígenas no quedaron ahí, sino que les enseñó a curar las postemas (abscesos de pus supurantes) con orines, hierbas y sal llamada iztaúhyatl; y a emplearla como preservativo, como sustancia pulidora de metales, y de los dientes, a los cuales quita el horrible sarro.
A la diosa de la Sal se le festejaba en el séptimo mes del calendario llamado Tecuilhuitontli, Pequeña Fiesta de los Señores, del 2 de junio al 21 de junio. En tal ceremonia, se le sacrificaba una mujer que debía vestir los mismos atavíos que la diosa. Desde temprano, todas las mujeres cantaban y bailaban en derredor de la doncella elegida para el sacrificio, asidas a una liana de flores, la xochimécatl. En sus cabezas, lucían coronas elaboradas con la yerba denominada iztauhyatl, “agua de la deidad de la sal”, conocida por nosotros como estafiate, la cual despedía cautivantes olores, además de curar el hígado. Los pocos hombres que solían acompañar a las danzarinas, portaban flores de cempoalxóchitl, la sagrada flor de los muertos. Toda la noche duraban las danzas y los cánticos en honor a la diosa de la sal; iban las bailarinas guiadas por ancianos capitanes que dirigían los cantos y las danzas. La doncella que representaba a la diosa danzaba en medio de las otras bailarinas; por delante de ella iba un anciano que portaba en las manos un hermoso plumaje llamado uixtopetlácotl. Todas estas danzas y cantos duraban diez días, empezaban por la mañana y terminaban a la medianoche. Al llegar la mañana del último día, los sacerdotes llevaban a cabo una fiesta y un baile llevando en las manos grandes flores amarillas, las ya nombradas cempoalxóchitl. Durante la última festividad, que duraba todo el día, llevaban al templo de Tláloc hombres cautivos que serían sacrificados a lo largo de la celebración: los esclavos llamados uixtotin, quienes lucían papeles en el cuello y un colorido plumaje de águila en la cabeza, a la manera de una pata de águila con las garras hacia arriba.
Cuando acababa el día, llegaba la hora del sacrificio de la mujer que personificaba a la deidad. Subíanla a lo alto del templo de Tláloc seguida de los esclavos destinados a morir en primer lugar. Llegado el turno de la “diosa”, cinco jóvenes le sostenían los pies, las manos y la cabeza sobre la piedra de sacrificios. Un sacerdote le abría el pecho y le sacaba el palpitante corazón, el cual depositaba en una jícara, chalchiuhxicalli, y lo ofrecía a Tonatiuh, el dios Sol, al tiempo que se escuchaba la música de caracoles y tambores. La fiesta terminaba con una gran comilona rociada de pulque y otras bebidas, que las personas efectuaban en sus casas de los diferentes barrios que componían la limpia y hermosa ciudad de Mexico-Tenochtitlan.
Watákame, el ancestro de los wixárikas, fue un joven campesino y cazador que se casó con las cinco diosas del maíz llamadas niwetsikas. Cada una de ellas representaba un color y un punto cardinal. En el sur vivía Yuawime, el Maíz Azul oscuro; en el norte se encontraba Tuxame, el Maíz Blanco; Talawime, el Maíz Morado, se hallaba en el oeste; en el este estaba la diosa del Maíz Amarillo llamada Taxawime; y en el centro, de color pinto, vivía Tsayule. Pero veamos cómo aconteció tal boda.
Watákame vivía con su mamá, que era ya muy viejecita, en una bonita casa de barro y palma. Un buen día, el joven le dijo que tenía mucha hambre, que no podía cazar en ese momento, y que se iba a caminar por el campo a ver qué encontraba para comer. Esperanzado, salió de la casa y se encontró con la Gente-Hormiga que llevaba cargando maíz. Al verlos, Watákame les preguntó dónde lo habían comprado. La Gente-Hormiga respondió que por allá lejos, y que iban a regresar a comprar más. Watákame decidió ir con ellos. Llegó la noche e hicieron un alto para dormir; pero cuando Watákame se despertó, la Gente-Hormiga había desaparecido. Se dio cuenta que las hormigas no habían comprado el maíz, sino que se lo habían robado. Hambriento y desesperado, el muchacho se sentó en la punta de una sierra y vio que se acercaba una maravillosa y luminosa ave kukurú, una güilota (guajolote hembra) que llevaba en el pico masa de maíz, pues era nada menos que la Madre del Maíz.
En cuanto la vio, Watákame quiso ir al pueblo donde vivía la Madre del Maíz. Cuando llegó le preguntó a la dueña de un rancho si ahí vendían maíz, a lo que la viejecita le respondió que no, que lo que podría darle era una muchacha. Abrió la puerta y llamó:
- ¡Maíz Amarillo, Maíz Negro, Maíz Pinto. Maíz Blanco, Flor de Calabaza, Amaranto Rojo, ¡Vengan!
- ¡Maíz Amarillo, Maíz Negro, Maíz Pinto. Maíz Blanco, Flor de Calabaza, Amaranto Rojo, ¡Vengan!
Y dirigiéndose a Maíz Amarillo le ordenó que se fuera con el bello Watákame. Pero la muchacha se rehusó categóricamente.
Entonces, la viejecilla se dirigió a Maíz Rojo y le ordenó lo mismo, pero la muchacha tampoco no quiso irse con el joven. Impaciente, la vieja se dirigió a Maíz Negro, pero tampoco ella aceptó. Al darle la misma orden a Maíz Pinto, la chica contestó que no porque como caminaba muy despacito Watákame se iba a molestar de tanta lentitud. Tampoco Flor de Calabaza ni Amaranto Rojo quisieron obedecer a la vieja alegando que las podría herir con un cuchillo. La vieja dama se dirigió al héroe y le dijo que construyera un hermoso adoratorio, un xiriki y que pusiera durante cinco días flores rojas de cempasúchil en el sur; amarillas, en el norte; begonias en el oriente; en el poniente tempranillas; y en el centro flores de Corpus Christi. Además, en esos cinco días era necesario que encendiera una vela y barriera el adoratorio para que estuviese muy limpio. Sobre todo no debería regañar a las muchachas maíces sino tratarlas de la mejor manera posible, pues eran muy susceptibles.
Watákame cumplió con lo ordenado: puso las flores y barrió escrupulosamente, y a los cinco días exactos aparecieron en la casa del joven las cinco muchachas, sintetizadas en una sola mujer de gran belleza. En ese momento, las trojes del héroe se llenaron hasta el tope de grandes y suculentos granos de maíz. Sin embargo, su madre de Watákame no estaba nada contenta, pues se quejaba de que la muchacha no la ayudaba con los quehaceres de la casa. Un día, la mujer regañó muy duramente a su nuera y le dijo que debía moler el maíz como era obligación de toda mujer, que ella no era una princesa sino la compañera de su hijo y por lo tanto tenía la obligación de ayudarla. A regañadientes la muchacha se puso a moler el maíz en el metate, pero tan pesada y dura tarea le sangró las manos y se puso a llorar desconsoladamente. Luego, se quemó las manos en el hogar, lo que en definitiva la decidió a huir de esa espantosa casa donde la obligaban a trabajar. Cuando se fue ya no hubo más granos en la troje, todos desaparecieron. Ante este hecho la suegra le dijo a su apesadumbrado hijo que fuera en busca de la sufrida Niwetsika. Obediente, Watákame fue a la casa de la Madre del Maíz, para que lo ayudara e hiciera volver a la mujer. Pero la Madre se negó y le dijo:
-Yo te advertí que no la regañaras. Aquí está, pero sus manos están heridas y quemadas y ya no te la voy a dar.
-Yo te advertí que no la regañaras. Aquí está, pero sus manos están heridas y quemadas y ya no te la voy a dar.
Muy triste regresó Watákame a su casa, donde fue reprendido por su madre; pues ante lo acontecido estaban sentenciados a pasar hambre con la falta del nutritivo maíz. Entonces, el héroe decidió ganarse a su suegra y contentarla con muchos regalos. Hizo para ella jícaras, tamales, le dio carne de venado, flechas; o sea, todo lo que una ofrenda debe llevar. La Madre del Maíz se condolió ante esta primera ofrenda que se hacía a un dios, y le devolvió a la muchacha con la que procreó varios hijos: Xitakame, Joven Xilote; Xauxema, Planta de maíz de Hojas Secas; Niwetsika; Kewima, Guía de Frijol; y Utsiama, Semilla Guardada.
Gracias a esta primera y sagrada ofrenda y a la obediencia de Watákame, ahora los hombres pueden disfrutar de todos los alimentos que se elaboran con esta gramínea tan ligada a la cosmovisión de los pueblos indígenas a los que llamamos la gente de maíz.
La fundación de Mexico-Tenochtitlan. Leyenda prehispánica.
La fundación de Mexico-Tenochtitlan. Leyenda prehispánica.
Los mexicas no fueron el primer grupo nahua que llegó a poblar la meseta central de México, muy por el contrario, pues fueron los últimos. Cuando llegaron ya se encontraban asentados otros grupos de habla náhuatl emparentados con ellos, lingüística y étnicamente, desde muy antiguo. Nos referimos a los tepanecas, “los que se encuentran sobre la piedra”, situados hacia el sureste del Valle de México; los acolhuas, asentados al este del lago Texcoco; los chinanpanecas, “los que viven en las chinampas”, sitos hacia el suroeste y los chalcas, “moradores de chalco”, establecidos en el sureste de Valle. Además, se encontraban los grupos de tlatepotzcas, “los que viven a espaldas de los montes”, habitantes de Tlaxcala y Huexotzingo; y los tlahuicas, “gente de tierra”, que ocupaban los valles sureños, justamente en las ciudades de Cuernavaca, Oaxtepec y Tepoztlán.
Según nos cuenta la leyenda, todas estas tribus habían surgido de la tierra y emergieron en Chicomoztoc o “lugar de las siete cuevas”. Naturalmente, el número siete hace referencia a las tribus que comprendía el grupo nahua contando, por supuesto, a los aztecas o mexicas. Por otra parte, dicho número siempre tuvo un carácter sagrado para ellos, al igual que para los mayas, para quienes el dios agrario era el Dios-Siete ligado al fenómeno astronómico que determina la estación de las lluvias.
Los aztecas afirmaban que provenían de una ciudad que denominaban Aztlán, “el país del color blanco”, concebido como una isla en medio de un lago rodeado de carrizos y pleno de chinampas –podemos notar fácilmente la similitud con la posterior Tenochtitlan-, en una de cuyas orillas se levantaba el cerro de Colhuacan, “lugar de los nietos-sobrinos”, provisto de las famosas siete cuevas. De la palabra aztlán, derivó el nombre de aztecas; es decir, “la gente de Aztlán”, aun cuando ellos mismos se denominaban mexicas, vocablo proveniente del nombre de su héroe Mexitli, o Mecitli; aunque también usaban el término tenochcas, en referencia a su caudillo Tenoch.
Los aztecas salieron de Aztlán posiblemente en el año de 1168, y llegaron por el norte al Valle de México, para establecerse en la orilla occidental del lago de Texcoco. Otra versión nos cuenta que arribaron, en el año 1256, a un bosque de ahuehuetes que tenía un manantial que brotaba de una fuente. Este bosque se llamaba Chapultepec, o “cerro del chapulín”. En este lugar se asentaron y tuvieron que soportar los continuos ataques de que fueron víctimas por parte de los otros grupos nahuas cercanos a ellos, hasta que éstos consiguieron arrojarlos del cerro. Entonces, vencidos y apesadumbrados, debieron someterse al príncipe de Colhuacan, quien ordenó asesinar a su caudillo. Sin embargo, aun débiles y pobres, los aztecas lograron escapar a esta sumisión y se refugiaron en unas islas situadas en el occidente del lago de Texcoco. Fue en este preciso lugar donde fundaron la Ciudad de Mexico-Tenochtitlan en 1370, y no en 1325, como se ha creído erróneamente.
Durante los primeros tiempos de la colonización de las islas, los aztecas fueron comandados por el gran Tenoch, a quien debió su nombre la ciudad, que viene a significar “el lugar de Tenoch”. Sin embargo, la etimología de la palabra también se presta para que se la pueda interpretar como “el lugar donde el nochtli (nopal), crece sobre la piedra (tetl).
El mito sobre la población de Tenochtitlan nos refiere que durante el peregrinaje que tuvieron que padecer los aztecas para asentarse definitivamente, dos de sus sacerdotes descubrieron en una isla un manantial de aguas cristalinas, en una de cuyas rocas cercanas se encontraba posada un águila devorando una serpiente, portento que según los sacerdotes constituía una señal inequívoca de que ahí se debía construir un templo a Huitzilopochtli, “Colibrí Zurdo”, y máxima deidad del panteón mexica. Por cierto que, ya construido el gran teocalli, aprisionó entre sus muros al mencionado manantial. Desde el punto de vista simbólico, el águila representaba al sol y al cielo diurno; y la serpiente al cielo nocturno.
El mito sobre la población de Tenochtitlan nos refiere que durante el peregrinaje que tuvieron que padecer los aztecas para asentarse definitivamente, dos de sus sacerdotes descubrieron en una isla un manantial de aguas cristalinas, en una de cuyas rocas cercanas se encontraba posada un águila devorando una serpiente, portento que según los sacerdotes constituía una señal inequívoca de que ahí se debía construir un templo a Huitzilopochtli, “Colibrí Zurdo”, y máxima deidad del panteón mexica. Por cierto que, ya construido el gran teocalli, aprisionó entre sus muros al mencionado manantial. Desde el punto de vista simbólico, el águila representaba al sol y al cielo diurno; y la serpiente al cielo nocturno.
Ya fundada la Ciudad de Tenochtitlan, en sus inicios estuvo gobernada por caudillos, para más adelante dar lugar a una etapa monárquica que fuera conformada por once tlatoanis, o jefes supremos, encabezada, en 1376, por Acamapixtli; y finalizada, en 1521, por Cuauhtémoc, último baluarte heroico quien fuera torturado y ahorcado por el capitán Hernán Cortés en las selvas del Petén, Guatemala, el 28 de febrero de 1525, acusado, injustamente, de conjurar en contra del corrupto español.
El flechador del sol.
Hace mucho tiempo, existía una ciudad llamada Achiutla, una ciudad en el imperio Mixteca, en ella vivía un joven llamado Tzauindan.
Un dia Tzauindan se percato que su ciudad estaba demasiado poblada, ya no existía espacio para mas personas pero día con día nacían mas niños, al ver esto decidió ir a buscar nuevas tierras donde se pudiera expandir su ciudad, decidió a luchar por ellas si era necesario.
Después de algunos días por fin lleguo a lo que parecía el lugar perfecto para expandir su ciudad. Busco y busco pero no encontró nada que pudiera ser un problema, después de buscar decidió sentarse a descansar, cuando estaba descansando comenzó a sentir los rayos del sol, estos eran tan fuertes que eran insoportables, en ese momento se dio cuenta que aquellas tierras le pertenecían al sol y que tendría que luchar por ellas. Sin pensarlo dos veces alzo su arco y comenzó a lanzar flechas en dirección al sol, después de un rato el sol comenzó a descender. Tzauindan tomo un descanso, después de un tiempo noto que el sol seguía descendiendo y el cielo comenzaba a mirarse rojo, al ver esto entendió que una de sus flechas había logrado hacerle daño al sol y que lo rojo en el cielo era su sangre. Decidió a terminarlo comenzó de nuevo a lanzar flechas hasta que el sol se escondió detrás de las montañas.
Después de algunos días por fin lleguo a lo que parecía el lugar perfecto para expandir su ciudad. Busco y busco pero no encontró nada que pudiera ser un problema, después de buscar decidió sentarse a descansar, cuando estaba descansando comenzó a sentir los rayos del sol, estos eran tan fuertes que eran insoportables, en ese momento se dio cuenta que aquellas tierras le pertenecían al sol y que tendría que luchar por ellas. Sin pensarlo dos veces alzo su arco y comenzó a lanzar flechas en dirección al sol, después de un rato el sol comenzó a descender. Tzauindan tomo un descanso, después de un tiempo noto que el sol seguía descendiendo y el cielo comenzaba a mirarse rojo, al ver esto entendió que una de sus flechas había logrado hacerle daño al sol y que lo rojo en el cielo era su sangre. Decidió a terminarlo comenzó de nuevo a lanzar flechas hasta que el sol se escondió detrás de las montañas.
La leyenda del conejo.
Hace muchos años, existía un pequeño conejo, este no estaba contento con su tamaño, el envidiaba a los animales más grandes y fuertes, siempre deseando ser como ellos, incluso ser más grande que el león y tal vez un día ser el rey.
Un día el pequeño conejo iba saltando por el campo, en su camino se encontró al león y le dijo que admiraba su grandeza y hermosura, luego se fue saltando hasta llegar debajo de un árbol, luego simplemente comenzó a llorar sin parar, al escuchar esto la lechuza que vivía en el árbol le pregunto que tenia, a lo que el conejo le contesto que lloraba por ser tan pequeño, él deseaba ser grande, la lechuza le dijo que visitara al dios de los animales.
El pequeño conejo comenzó su viaje para visitar al dios de los animales, una vez que llego le pidió de favor que si lo podía hacer más grande, este le contesto que lo haría más grande solo si para el día siguiente podía traer la piel de una serpiente, un mono y un cocodrilo. El pequeño conejo salió corriendo a buscar las pieles. Primero fue con el cocodrilo y le pidió que si le podía prestar su piel a lo que el cocodrilo le contesto que si, y así paso con el mono y la serpiente.
Al día siguiente regreso con el dios de los animales, este sorprendido al ver que había conseguido las pieles, le dijo que solamente le agrandaría las orejas para que pudiera escuchar mejor a sus enemigos, el pequeño conejo al ver sus nuevas orejas y la hermoso que se miraba, se fue contento a regresar las pieles. En su camino se encontré al león, quien le dijo que admiraba su hermosura y sus orejas.
El pequeño conejo comenzó su viaje para visitar al dios de los animales, una vez que llego le pidió de favor que si lo podía hacer más grande, este le contesto que lo haría más grande solo si para el día siguiente podía traer la piel de una serpiente, un mono y un cocodrilo. El pequeño conejo salió corriendo a buscar las pieles. Primero fue con el cocodrilo y le pidió que si le podía prestar su piel a lo que el cocodrilo le contesto que si, y así paso con el mono y la serpiente.
Al día siguiente regreso con el dios de los animales, este sorprendido al ver que había conseguido las pieles, le dijo que solamente le agrandaría las orejas para que pudiera escuchar mejor a sus enemigos, el pequeño conejo al ver sus nuevas orejas y la hermoso que se miraba, se fue contento a regresar las pieles. En su camino se encontré al león, quien le dijo que admiraba su hermosura y sus orejas.
La leyenda de lago encantado de Zirahuén.
EL significado de este lago significa “el espejo de los dioses”, Tras la conquista española y la posesión de Tenochtitlán, hubo españoles que se dirigieron a Michocán y de entre esos españoles estaba un capitán, que al instante quedo enamorado de la princesa Eréndira, esta que a su vez era hija del rey purépecha Tangaxoan, el capitán rapto a la princesa y se la llevo a esconderla en la montañas; Eréndira, le lloraba día y noche a sus dioses que la rescataran, los dioses del día y la noche que eran Jurianta y Járatanga respectivamente, se vengaron del llanto y la constante tristeza de la princesa, su furia fue tal, que convirtieron las lágrimas de Eréndira en lago y transformaron sus dos hermosas piernas en una cola de pez, así mismo, convirtiéndola en sirena, la salvaron del sufrimiento para poder huir del capitán que la había secuestrado, las personas que viven cerca del lago cuentan que aun han visto a la princesa salir de las profundidades del lago, y a veces sale a embrujar a hombres que tengan un mal corazón.
“El Edificio de los Danzantes”
Varios guerreros ya han sido sacrificados y su sangre se ha convertido en volutas floridas a lo largo deI abdomen; en sus rostros, junto a los cuales están sus nombres respectivos, se refleja Ia angustia deI sacrificio. Quinientos años antes de Ia era cristiana esto era común entre los pueblos, especialmente en un pueblo guerrero como Monte Albán, pues había que mostrar a los que Ilegaban su fuerza y su sabiduría.
Los ancianos explicaban a los jóvenes que el gran muro era una composición de figuras humanas colocadas en sentido vertical y horizontal, dispuestas así con Ia intención de que el muro pudiera leerse a medida que uno caminaba frente a él. Los personajes que se encontraban en sentido vertical eran los principales y por ello se representaban con todo y sus nombres y lugares de origen. Los otros, los que iban en sentido horizontal, eran los acompañantes de los señores principales. Era importante que los cautivos Ilevasen consigo algunos acompañantes, no sólo para su viaje eterno, sino para mostrarse resguardado ante los ojos extraños, es decir que los sacrificios secundarios se hacían exclusivamente para mostrar que los guerreros no estaban solos.
No sólo por el hecho de ser guerreros estos personajes fueron especialmente representados, eran también seres humanos con ciertas características; algunos eran enanos, otros jorobados o con otros defectos físicos; eran guerreros muy especiales porque provenían de linajes ya en extinción y eso les daba doble valor en Ia guerra.
Su apariencia física les recordaba a ciertos hombres de una raza antigua, de bocas y narices anchas, ojos oblicuos y cuerpos muy robustos, que habían sido sus ancestros y que aparecían en todas Ias leyendas de los pueblos deI Valle de Oaxaca.
Mientras en la ciudad se vivía de manera ordenada y en paz, era muy importante recordar a aquellos que habían muerto en sacrificio, por eso los ancianos tenían que hacer entender a los jóvenes el valor de ser guerrero y zapoteco. Así, llegado el momento, los nuevos guerreros sabrían manejar los valores, como no tenerle miedo a ser cautivo, y menos a ser sacrificado para los dioses y en beneficio de la supremacía de Monte Albán sobre otros pueblos y otras regiones.
Durante los siguientes siglos el edificio se cubrió con otras construcciones, pero Ios más de 300 cautivos fueron muy bien protegidos para ser enterrados entre Ios muros, pues había que cuidar que no se dañaran o se perdieran.
AI contrario, algunos fueron separados deI muro para ser colocados en edificios más visibles, trascendiendo así eI tiempo en que fueron concebidos, para conservar su carácter sagrado en Ia posteridad.
Estos verdaderos monumentos, como explicaban Ios ancianos, fueron Ios primeros que plasmaron eI gran poder zapoteco en el Valle de Oaxaca, que sigue siendo en los nuevos siglos una raza invencible.
“¿Por qué los Conejos Tienen las Orejas Tan Largas?”
Voy a contarles alo que sucedió hace ya mucho, mucho tiempo, cuando las orejas de los conejos no eran tan largas como las que ahora tienen.
Una tarde, un conejo comía granos en un campo de trigo. Iba distraído, sin ocuparse de otra cosa que no fuera masticar y masticar lo más rápidamente posible, cuando oyó que dos ratas platicaban en voz baja.
Una decía:
-¡Qué buena suerte tengo! He encontrado una cueva llena de trigo, de un trigo grande, dorado, como si lo hubieran escogido para que yo lo encontrara.
-Pues sí que es buena suerte, porque los conejos escogen lo mejor del trigo para comérselo y para llevarlo a sus bodegas.- comentaba la otra rata.
El conejo oyó parte de la conversación, y especialmente lo que decían de los conejos, y como era muy curioso y quería enterarse de todo, fue acercándose al lugar donde estaban las ratas y se escondió detrás de una cerca.
-Lo que no quiero es que los conejos sepan que he encontrado esa cueva tan bien abastecida, porque en un momento cargan con el trigo y me dejan sin qué comer en el invierno.
-No es por curiosidad, comadrita, pero ¿dónde está la cueva? No tenga desconfianza; si se lo pregunto es sólo para ayudarle a cuidar el tesoro.
La otra rata empezaba ya a decirle a la comadre dónde estaba la cueva, cuando el conejo, para oír mejor, estiró la cabeza por encima de la cerca y las orejas empezaron a crecerle tan rápidamente, que por más que se las detenía, iban crece y crece para arriba; le crecieron tanto que las ratas, cuando se dieron cuenta de aquellas orejas tan grandes, se echaron a correr, asustadísimas, dejando la platica para otra ocasión.
Y desde entonces los conejos tienen las orejas tan largas, tan largas como las de aquel conejo curioso.
“Kapsis” (Estrella del Mar)
Kapsis, la hija mimada del jefe Haas (mezquite), acostumbraba todos los días, después de terminar sus labores cotidianos, acurrucarse junto a alguna roca cerca del mar y mirar y mirar el vaivén de las olas.
Por horas y horas la sorprendía la tribu, inmóvil, silenciosa: Aun cuando las sombras manchaban de negro el agua y la playa. Kapsis seguía allí como si esperara ver salir del fondo del mar a la diosa Xtamosbin (tortuga marina).
Cada vez que la tribu llagaba de la bahía de Quino a tierras de Isla de Tiburón, Kapsis, después de hurgar en las rocas de la playa en busca de las pródigas especies del océano que las aguas dejaban olvidadas. Corría a refugiarse en su lugar predilecto de la playa para contemplar, sin cansarse, cielo y mar.
Su padre el gran jefe Haas, inútilmente había perdido al hacocama (hechicero) destruyera el embrujo que se había apoderado de su hija; porque el gran jefe y los miembros de la tribu no se explicaban porqué Kapsis huía del trato de sus semejantes, y a pesar de ser joven y bonita rehusaba trazar los pasos de la pazcola, ni batir palmas en el baile y menos acompañar el fragor de los cantos.
Para Kapsis no había más deleite que refugiarse en la playa desolada, y contemplar el paisaje triste del mar bravío que desataba a veces tormentas espantosas.
Pero es que nadie sabia el secreto de Kapsis: Kapsis estaba enamorada de una vastlk (estrella) que a ella se le antojaba, era flor de la tierra de los dioses.
Una noche llegó hasta ella el hacocama a quien pidiera el gran jefe curara a su hija, pues toda la tribu aseguraba que un antipotkis (tiburón) la había embrujado.
El hacocama antes de buscar a la joven había ido hasta la “Cueva Especial” de la montaña, pintando en ella la “señal” del “espíritu” que vivía dentro, el cual indicó su voluntad de adentrarse en el cuerpo del hechicero.
Ya en posesión de las virtudes mágicas colocó sus manos en forma de círculo sobre su frente, para luego acercar su boca y decir con gran misterio y entonación sacerdotal “Choo, choo”.
Kapsis, sin moverse le miró sin sorpresa, pero después, silenciosa, se alejó de su lado.
Esa misma noche volvió al mar, y con ansiedad miró el cielo en busca de la bella vastlk. Al descubrirla esplendente en medio del azul eterno deseó fervientemente que nunca terminara la noche para embelesarse por horas y horas con su belleza.
De pronto, como si su deseo fuera mágico, absorta contempló cómo su estrella favorita se desprendía del cielo. Atravesando el azul oscuro con la misma velocidad que los dardos con punta de pedernal de los guerreros Kun kaak eran disparados sobre los coyotes o venados, así la estrella atravesaba el espacio.
Los ojos negros y vivaces de Kapsis siguieron el rastro luminoso hasta descubrir que caía en el mar.
Asustada la joven por tal acontecimiento corrió en busca de la canoa más cercana; remando enérgicamente llegó hasta el lugar donde había visto caer la estrella, y sin mucho pensarlo se arrojó al agua para rescatarla.
Kapsis bajó a las profundidades en busca de la estrella hasta llegar al fondo del mar; pero en su rápido descenso cayó sobre una traicionera roca que le produjo la muerte.
Sobre el lecho pétreo Kapsis quedó inmóvil, los brazos abiertos en cruz, las hermosas piernas extendidas.
Xtamosbin, la sagrada tortuga marina, diosa de los seris, al contemplarla tan pálida y quieta se conmovió.
¡Qué hermosa era! Y allí estaba inmóvil en lo profundo del mar; todo porque había querido salvar a una estrella que se ahogaba.
La diosa fue a su lado y posó sus manos sobre el cuerpo inerte de la joven Kun kaak convirtiéndola al instante en una bella estrella de mar.
Kapsis desde ese instante sería feliz. Allí en el mundo sin voz, contemplaría las luchas y las tragedias mudas del mundo verde de esmeraldas líquidas.
Además no estaría sola, ya que los peces de aletas de plata y cuerpos pintados de vivos colores la acompañarían.
Y como si todo eso fuera poco, desde los bosques de sombras oscuras moteadas de luz vivirá feliz espiando el cielo a través del agua espumosa teñida por el sol.
Así Kapsis todas la noches miraría a la bella vastlk a quien ella tanto amaba.
“Coatlicue”
Es la madre de todos los dioses del panteón azteca, una de las principales deidades que trajo ese pueblo al inmigrar al Valle de México. Es una forma de la diosa de la tierra, madre de Huitzilopochtli el dios del sol y de la guerra. Las representaciones de Coatlicue muestran la parte mortífera de esa diosa porque la tierra, aparte de madre bondadosa de cuyo seno nace todo lo vegetal, es el monstruo insaciable que devora todo lo que vive, eso sin contar con que también los cuerpos celestes desaparecen tras ella.
Sin embargo, la imagen colosal de Coatlicue, originaria de “La Casa Negra” (su templo en Tenochtitlan) no la representa solamente en su calidad de diosa de la muerte, sino como una figura sin cabeza, con lo que se expresa que la diosa de la tierra era al mismo tiempo diosa de la luna; en muchos mitos se cuenta que ésta entabla una lucha a muerte con el sol. También en la leyenda el dios Huitzilopochtli decapita a su hermana enemiga que representa la luna.
Coatlicue, en náhuatl “La de la Falda de Serpientes”, tuvo un hijo más aguerrido en lo que se representa como un amanecer. Cuenta la leyenda que era una viuda piadosa que un día que barría el templo y que bola de brillantes plumas que caída del cielo la fecundó.
Sus hijos e hijas, decidieron matarla en atroz arrebato de ira, pero Huitzilopochtli, dios de la guerra, que nació en el momento preciso y completamente armado lo primero que hizo fue matar a sus hermanos y hermanas, hoy la luna y las estrellas.
La representación más importante de la Coatlicue es la que se observa en el Museo Nacional de Antropología de México: tiene pies y manos en forma de garras, una falda de serpientes entrelazadas y el pecho cubierto por cráneos, manos y corazones humanos. La cabeza de la diosa está sustituida por dos cabezas de serpientes encontradas, que simulan dos chorros de sangre que brotan de su cuello cortado.
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